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jueves, 15 de diciembre de 2011

¿De verdad soy ecológico?
05/12/11 Por Juan Peláez Gómez

Se nos olvida que puedo decidir si cambio de móvil, si cambio de vehículo, si compro latas de aluminio, si adquiero botellas de plástico por muy reciclables que sean, si cambio de ordenador o de cámara fotográfica, si voto o no... Puedo decidir si actúo o no. Es mi responsabilidad. Debo aceptarla. Lo demás es una negación, sólo colabora a mi inmadurez y a que no sea coherente entre lo que pienso, hago y digo.

Me pregunto con frecuencia, ¿soy ecológico? ¿Actúo para que se produzcan cambios positivos para mí, para quienes me rodean y para el mundo en general? Existen indicios de que la sociedad en la que vivo no. Sin embargo, esa respuesta sólo me sería válida si deseara delegar mi responsabilidad en los demás. Es la una trampa para no madurar.
Desconexión moral entre la acción y sus consecuencias
Entre una acción y sus consecuencias nos podemos distanciar tanto que parece no existir culpables. Entre una medida del Banco Mundial o del Fondo Monetario Internacional y la pobreza en un país, parece haber una distancia tan enorme que quienes toman las decisiones en estas entidades, no se sienten culpables de las acciones que llevaron a cabo. Así nosotros tampoco nos percibimos como responsables de que nuestras zapatillas hayan sido cosidas por niños en régimen de semiesclavitud en algún país lejano. Lo mejor es delegar la culpa en los demás y no hacernos responsables. Meses atrás conversaba con un líder de la extrema derecha española. Me comentaba que la crisis es debida a los mercados, algo sin nombre y lejano. La negación de los hechos es un fenómeno conocido y peligroso en psicología. La negación social lo es aún más cuando se transforma en un patrón de comportamiento.
Hace poco cayó en mis manos el libro de Daniel Goleman "Inteligencia Ecológica". Posee interesantes reflexiones sobre todo en el campo del consumo, las empresas y los consumidores.
En la obra se reflejan datos que llevan a estremecerse:
En Estados Unidos se emplean ochenta y ocho millones de bolsas de plástico al año.
Las bolsas de papel, que se plantean como alternativa, parece que requieren más energía y agua para su fabricación que las anteriores. Muchas de bolsas de tela que nos ofrecen en los supermercados, provienen de países en los que se explota a la mano de obra o que se contamina sin control.
Gran parte de la publicidad sobre los productos verdes, ecológicos... No es más que una herramienta de marketing para vender más. Se incide en unos aspectos pero no en otros. Por ejemplo, en las impresoras de ordenador. Nadie habla del impacto de la calidad del aire en las oficinas donde se encuentran instaladas y sus repercusiones sobre la salud de lo trabajadores. Tampoco nos ocupamos de la obsolescencia programada que las lleva a inutilizarse después de un número de copias. La importancia de que mil millones de personas en el mundo consumen 32 veces más que el resto de los habitantes del planeta. De ello deduce que polucionan 32 veces más.
Tras leerlo volví a mi pregunta. ¿Soy ecológico? ¿Actúo para que haya cambios positivos?
Nos ha tocado vivir en una sociedad en la que nuestra coherencia está comprometida. Aún si se tiene una alta conciencia de que es lo que nuestras acciones de consumo producen, en ocasiones es complicado evitarlas. Por cuestiones de imagen social, de comodidad...
El neoliberalismo está basado en el consumo. En una manera de consumir ahora más y sin límites. Con axiomas que propugnan que los recursos son infinitos y que si no lo son, la tecnología lo solucionara y que por tanto podemos malgastarlos cuanto nos venga en gana.
Nada más tenemos que examinar nuestra sociedad y observaremos que:
Desplazarse en transporte público en economías basadas en el permanente uso desaforado del petróleo como Estados Unidos o Canadá, es muy complicado.
No cambiar de ropa con la moda hace que nos encontremos fuera del flujo social y en los trabajos o en las relaciones sociales seamos mal vistos.
No tener coche o no cambiarlo empieza a ser una rareza.
Una casa sin televisor, vídeo, ordenador, DVD, consolas... nos parece una vivienda de otro planeta.
Lavar las bolsas de plástico para reutilizarlas... a quien se le puede ocurrir tal disparate con la cantidad de ellas gratuitas que están a nuestro alcance.
No cambiar con frecuencia de móvil es poco menos que pecado y mucho más no tenerlo. Como si antes no hubiéramos podido vivir sin él.
No consumir bebidas o alimentos enlatados es un esfuerzo ímprobo.
Nos levantamos con la necesidad de comprar cada día una botella de plástico de agua. En cantidad de dos litros parece que la necesitamos para vivir presionados por las campañas de publicidad. Adquirimos productos envueltos en plástico recubierto por un embalaje de cartón impresos con tintas contaminantes.

Se nos olvida que puedo decidir si cambio de móvil, si cambio de vehículo, si compro latas de aluminio, si adquiero botellas de plástico por muy reciclables que sean, si cambio de ordenador o de cámara fotográfica, si voto o no... Puedo decidir si actúo o no. No es interesante para mí pensar en que el gobierno reciclara lo que consumo. Tampoco que alguien desconocido controlara la calidad de lo que compro. O que unos inspectores fantasmas vigilaran para que nadie sea explotado. Es mi responsabilidad. Debo aceptarla. Lo demás es una negación, sólo colabora a mi inmadurez y a que no sea coherente entre lo que pienso, hago y digo.
Las investigaciones que cita Goleman sobre la neurociencia, aplicadas a las empresas y a la política, dotan a estos grandes grupos de una capacidad de manipulación cada vez más elevada.
Consumir ahora, ya
Sabemos que nuestros circuitos cerebrales tienden a prestar más atención al corto plazo que a los años venideros.
Esta propiedad lleva a que el consumo que impera sea, utiliza ahora y mañana, el año que viene o las generaciones que nos sucederán, ya veremos.
Este reacción sobre lo inmediato es una herramienta de supervivencia instaurada en el comportamiento más primitivo de nuestro ser.
La dinámica del aquí y ahora es en la que funciona nuestra sociedad. Esto implica complejas consecuencias. Una de ellas está relacionada con la ética, más allá de la moralidad. La moral social la podemos basar en una serie de leyes que nos obligan a todos. Pero legiones de abogados, entrenados para ello, siempre pueden encontrar los espacios vacíos entre las palabras para conseguir lo que desean sus clientes.
Muchas empresas mineras, de energía, química, partidos de la derecha y de la izquierda se rigen por las leyes pero sus letrados facilitan que contaminen, corrompan, evadan capitales y que todo esto se encuadre de la legalidad. Su objetivo, conseguir los mayores beneficios en el menor tiempo posible. Ya, ahora, aquí.
Repensar, detenerse, decrecer.
Es hora de poner a trabajar los lóbulos frontales del cerebro que pueden inhibir nuestro comportamiento instintivo de consumo inmediato sin tener en cuenta las consecuencias.
Se debe:
Repensar nuestras acciones, palabras y pensamientos. Son en realidad nuestras? Son fruto de una campaña de marketing, de una regla social que en nada nos favorece ni a nosotros ni a la Tierra?
Detenerse para vivir con más tiempo para nosotros mismos.
Decrecer. No podemos seguir consumiendo a esta velocidad bienes o servicios, palabras o pensamientos.
El cambio es imprescindible.
No tenemos mucho más tiempo.
Mucho más allá del consumo, de los recursos naturales, de la economía... Debemos ir a hacer que no sólo nuestras acciones sean las adecuadas, sino también que nuestras palabras y pensamientos sean los más positivos posibles para que creen una realidad en los mismos términos.
Las palabras que expresan los pensamientos de una persona o una entidad son la radiografía de su alma.
Tomar conciencia conlleva acciones precisas.
Votaría usted a alguien que en sus palabras destila odio, destruye la educación, la salud, nos implica en guerras ilegales, recorta los derechos de los trabajadores, está al servicio de lo que denominan mercado como eufemismo de nueva forma de esclavitud, nos sume en miedo permanente al otro, a la diferencia, al futuro...?
Compraría un producto o adquiriría un servicio de una empresa que piensa sobre usted sólo en términos de su capacidad de desembolsar dinero? Que destruye miles de kilómetros cuadrados de bosques, maltrata o acosa, contrata niños, paga salarios de miseria a sus empleados?...
Si tomamos decisiones, si actuamos mediante cambios educativos, cambios personales, no consumimos productos, servicios o votos, no tendrán quien les vote o consuma. Tendrán que cambiar.
Necesitamos inteligencia activa ecológica.
Necesitamos ser conscientes de que nuestras palabras y pensamientos en muchos casos, no son reciclables, ni reutilizables, ni mucho menos sostenibles.
Eres, soy ecológico y activo?
Juan Jose Peláez Gómez - Más información en http://juanpelaezescritor.wordpress.com/

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